DE LA LEY DE DIOS
19.1– Dios dio a Adán una ley como un pacto de obras, por la cual le obligó, a él y a toda su posteridad, a una obediencia personal, completa, exacta y perpetua; le prometió la vida por el cumplimiento de esa ley, y le amenazó con la muerte si la infringía; dándole además el poder y la capacidad para guardarla.1
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19.2– Esta ley, después de la caída de Adán, continuaba siendo una regla perfecta de rectitud; y como tal fue dada por Dios en el monte Sinaí, en diez mandamientos, y escrita en dos tablas;2 los cuatro primeros mandamientos contienen nuestros deberes para con Dios, y los otros seis, nuestros deberes para con los hombres.3
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19.3– Además de esta ley, comúnmente llamada ley moral, agradó a Dios dar al pueblo de Israel, como iglesia menor de edad, leyes ceremoniales que contenían varias ordenanzas típicas; en parte de adoración, prefigurando a Cristo, sus gracias, acciones, sufrimientos y beneficios;4 y en parte expresando diversas instrucciones sobre los deberes morales.5 Todas aquellas leyes ceremoniales están abrogadas ahora bajo el Nuevo Testamento.6
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19.4– A los Israelitas, en cuanto cuerpo político, también les dio leyes judiciales, que expiraron juntamente con el estado político de aquel pueblo, por lo que ahora no obligan a los otros pueblos sino en lo que la equidad general de ellas lo requiera.7
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19.5– La ley moral obliga por siempre a todos, tanto a los justificados, como a los que no lo están, a que se la obedezca;8 y esto no sólo en consideración a la naturaleza de ella, sino también con respecto a la autoridad de Dios, el Creador, quien la dio.9 Cristo, en el evangelio, en ninguna manera abroga esta ley, sino que refuerza nuestra obligación de cumplirla.10
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19.6– Aunque los verdaderos creyentes no están bajo la ley en cuanto el pacto de obras para ser justificados o condenados,11 sin embargo, ésta es de gran utilidad tanto para ellos como para otros, ya que como regla de vida les informa de la voluntad de Dios y de sus deberes, les dirige y obliga a andar en conformidad con ella,12 les descubre también la pecaminosa contaminación de su naturaleza, corazón y vida;13 de tal manera, que cuando ellos se examinan ante ella, puedan llegar a una convicción más profunda de su pecado, a sentir humillación por él y aborrecimiento de él,14 junto con una visión más clara de la necesidad que tienen de Cristo, y de la perfección de su obediencia.15 También la ley moral es útil para los regenerados a fin de restringir su corrupción, puesto que prohíbe el pecado,16 y sus amenazas sirven para mostrar lo que aún merecen sus pecados, y las aflicciones que pueden esperar por ellos en esta vida, aun cuando estén libres de la maldición con que amenaza la ley.17 Sus promesas, de un modo semejante, manifiestan a los regenerados que Dios aprueba la obediencia, y cuáles son las bendiciones que deben esperar por el cumplimiento de la misma,18 aunque no como si la ley se lo debiera, a modo de un pacto de obras;19 de manera que si alguien hace lo bueno y deja de hacer lo malo porque la ley le mande lo uno y le prohíba lo otro, no por ello se demuestra que esté bajo la ley y no bajo la gracia.20
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19.7– Los usos de la ley ya mencionados no son contrarios a la gracia del evangelio, sino que concuerdan armoniosamente con él;21 pues el Espíritu de Cristo subyuga y capacita la voluntad del hombre para que haga alegre y voluntariamente lo que requiere la voluntad de Dios, revelada en la ley.22
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